Durante décadas los pueblos alrededor del mundo han luchado para proteger y custodiar sus territorios ancestrales, mientras que el sistema económico, dependiente de actividades extractivas, de sobre consumo, producción en masa y de acumulación, trata de despojarlos sistemáticamente de sus territorios y expoliar sus derechos.
Este sistema político y económico ha llevado al planeta a situaciones de contaminación y desequilibrios extremos, agudizando el saqueo e inclusive aumentando exponencialmente los desplazamientos poblacionales. Todo esto bajo un discurso “conservacionista” que lucra a expensas de los diferentes elementos que brinda la naturaleza y de los derechos de los pueblos. Como la historia nos ha enseñado, la acumulación de algunos viene ligada intrínsecamente al despojo de otros. Es lo que David Harvey llama la “acumulación por desposesión”.
Pero en realidad, estos nuevos horizontes de acumulación de capital, poder y espacios territoriales, no buscan la protección de los ecosistemas ni favorecen a las comunidades locales, ya que buscan el lucro al abstraer, disgregar y convertir en nuevas mercancías las estructuras, los procesos físicos y biogeoquímicos, los ciclos y las funciones de la naturaleza.
En este contexto, entre las nuevas mercancías concebidas está el Carbono. La “economía del carbono” es vista como una posible tabla salvavidas al capitalismo. En el ambientalismo de mercado, el almacenamiento de carbono es usado como una falsa cubierta “verde” a los mismos procesos de acumulación capitalista, y reparto de poderes. Los países industrializados, sus bancos y corporaciones pueden comprar “permisos para contaminar”, lo que les permite seguir consumiendo combustibles fósiles que son las principales causas del calentamiento global.
Bajo esta lógica fue que en el año 2007, a los mercaderes de carbono se les ocurrió que los bosques podían ser los nuevos proveedores de la mercancía Carbono -y de otros llamados “servicios ambientales”. Según ellos, era más fácil mantener el carbono almacenado en los bosques, mientras se creaban nuevos créditos o permisos de emisión para los países industrializados. Cientos de “expertos”, están desarrollando formas de calcular y monitorear cuánto carbono hay almacenado en los árboles, en la vegetación o en los suelos. Para esto se creó el programa REDD+: Reducción de Emisiones por Deforestación Evitada y Degradación forestal.
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